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HUGO E INÉS
Hay actores artesanos. Otros son médium, y sobrecogen: parece que estuvieran poseídos por seres que atravesaron el túnel del tiempo, o que prestaran su voz a recuerdos congelados para siempre en la memoria del autor. Pienso en los de Tadeusz Kantor y, en general, en los educados en la tradición de la Europa del Este. Hay un tercer grupo: el de los artistas que se quitan de en medio para que aparezcan el personaje y su mundo sin interposición alguna. Un ejemplo: Maurice Benichou, protagonista de Je suis un phénomène, de Peter Brook, actor que no actúa, cable que deja pasar la corriente eléctrica. Otro muy diferente: los intérpretes del Théâtre du Soleil en Tambours sur la digue, llevados en volandas por compañeros vestidos de negro y encapuchados como los koken del teatro nô. Magníficas marionetas humanas. Tercer ejemplo: Inés Pasic, mitad bosnia de la compañía Gaia Teatro, intérprete de una sensibilidad extrema, que viste de negro de cuello a tobillos para fundirse con la oscuridad del escenario. Pasic nació en Mostar y estudió música en el conservatorio de Sarajevo, antes de la guerra que diezmó ambas ciudades. Era profesora de piano cuando conoció a Hugo Suárez, mimo peruano, en un curso que éste impartía en Bari (Italia). Juntos probaron a actuar con sólo una o dos partes del cuerpo, a convertir un brazo, una mano o un codo en un personaje entero, verdadero y con carácter, siguiendo una línea cuyo origen habría que rastrear en la memoria más profunda de la historia del teatro. El protagonista de Las aventuras de Ginocchio, espectáculo que los lanzó a una gira internacional, no es un muñeco, sino una de las rodillas de Hugo (ginocchi, en italiano). En Cuentos pequeños, que la pareja interpretó a lo largo de los años noventa por media España, el vientre de Inés, la frente de Hugo, las rodillas y los brazos de ambos se transforman, con ayuda de algún accesorio, en protagonistas de historias breves y luminosas como relámpagos. Cuentos pequeños es, sobre todo, una miniatura en la que cautiva, la delicadeza y la intensidad de las criaturas de Inés: ella desaparece para dejar que hablen su vientre o sus manos, pero está enterita en escena, como un taumaturgo que, una vez creado el mundo a su imagen y semejanza, lo deja a su libre albedrío, pero sin despreocuparse del todo de su suerte.
Extraido de: http://www.elpais.com/articulo/arte/manos/Ines/elpbabart/20040501elpbabart_13/Tes
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